Hay nombres de ciudades entre lo real y lo fantasioso que ofrecen imágenes misteriosas y evocadoras. Tombuctú, Zanzíbar, Pernambuco… Samarcanda. Pero es quizá esta última la que más hace soñar. Grandes personajes están unidos a ella en la memoria de la Historia: Alejandro Magno, Gengis Kan, Tamerlán, el español Ruy González de Clavijo y, por supuesto, Marco Polo. Samarcanda joya asiática.
Samarcanda lo tiene todo y, sin embargo, la primera impresión al llegar a ella decepciona, especialmente si antes se han visitado las pequeñas y armoniosas joyas de Bujará y Jiva en Uzbekistan. Y es que antes de descubrir los tesoros de Samarcanda, uno se encuentra con una ruidosa y activa ciudad de casi tres millones de habitantes, moderna, cuidada y con tráfico intenso. Samarcanda joya asiática.
El mérito de Samarcanda no es casual, está en la encrucijada de culturas, de saberes, de lenguas venidas de aquí y de allá… No es extraño la serie de definiciones a cual más bella que ha recibido a lo largo de la historia: Centro del Universo, Espejo del Mundo, Jardín del Alma, Perla del Este, Joya del Islam… Este fabuloso oasis en el borde oriental del desierto de Kyzylkum ha tenido comerciantes y soldados, poetas y peregrinos con letras líricas durante casi tres milenios.
Alejandro Magno la conquistó en el año 329, y antes de destruirla afirmó: “Todo lo que he oído de Marakanda (su antiguo nombre en griego) es cierto, excepto que aún es más bella de lo que imaginaba”, lo que no le impidió arrasarla, luego fueron los chinos y persas quienes se ensañaron con ella y solo los árabes en el siglo VIII le dieron un primer auge cultural, aunque duró poco y hubo de pasar de mano en mano durante siglos entre turcos, árabes, samánidas, qarajánidas, de nuevo turcos selyúcidas, mongoles… hasta que Gengis Khan la destruyó otra vez. Finalmente otro guerrero, el cruel Tamerlán (Amir Temur), que sin embargo era un gran protector de las artes y el saber, fue el que la embellezó y la convirtió en capital de Uzbekistán y de Asia Central, en 1370. Casi cien años antes el intrépido viajero Marco Polo atraído por su fama, por sus fiestas, su lujo y su fasto del que daban muestra sus 40.000 jaimas decoradas con riquísimas sedas y joyas, pasó por allí en su camino por la Ruta de la Seda y, aunque todavía no pudo apreciar todo su esplendor ya descubrió que la ciudad prometía. Hoy, el veneciano es uno de los iconos permanentes en Samarcanda y en todo Uzbekistán. Samarcanda joya asiática.
Esa Samarcanda moderna hay que dejarla atrás cuanto antes, porque nos espera la otra, la que sedujo a conquistadores y exploradores, la que alberga la plaza más bella de Asia, y puede que de todo el mundo, la que brilló como ninguna otra cuando el resto de Asia y Europa estaba en sombras. Por eso, hay que llegar cuanto antes a la plaza Registán y disponerse a permanecer allí durante horas y regresar a ella siempre que se pueda.
Registán es un gigantesco escenario que parece dispuesto para su contemplación. En una gran superficie, a la que antiguamente convergían las seis principales calles de la ciudad, se alzan en tres de sus lados tres grandiosos edificios. Si no se viene preparado, uno piensa en mezquitas, en palacios, en mausoleos… pero no, son simplemente escuelas. ¿Escuelas con ese lujo? Bueno, aquí se llaman madrazas, escuelas coránicas o incluso universidades, pero la idea es la misma. Se estudiaba matemáticas, astronomía, teología y filosofía. Y resultan sorprendentes estas bellísimas construcciones dedicadas a la cultura que se remontan a 1.420, cuando Europa no había salido de la Edad Media y se consumía en guerras de religión, cuando América no existía y solo algunas zonas de Asia estaban un poco desarrolladas.
El espectáculo visual de Registán es incomparable: mosaicos celestes de mayólica, cúpulas que compiten en color y brillo con el propio cielo, alabastros tallados, columnas con grabados enrevesados, espacios amplios y proporcionados, minaretes de acceso prohibido (aunque con una propina a los vigilantes todo se consigue) desde los que contemplar la ciudad a vista de pájaro… o de ángel habría que decir. Las dos madrazas a derecha e izquierda parecen simétricas, aunque no pueden serlo porque el Islam prohíbe las copias idénticas, pero en la de la derecha, también se han saltado las normas del Corán y se representan leones que más parecen tigres y soles con rostros mongoles, tampoco permitidos.
El esplendor que hoy lucen estas madrazas, las más antiguas y mejor conservadas del mundo, se debe en buena parte al tesón de los soviéticos que supieron rehabilitarlas con maestría tras numerosos terremotos, aunque también se concedieron algunas licencias, como la cúpula azul de la escuela central, donde precisamente se muestra una exposición del estado antiguo y actual del conjunto. La de la izquierda que lleva el nombre del gobernante que la terminó en apenas tres años, Ulugh Beg, nieto de Tamerlán, apasionado de la astronomía, de la que impartía clases, está decorada con infinitas estrellas. En la madraza central, Tilla-Kari (Cubierta de Oro) terminada en 1660, hay un agradable patio ajardinado y una mezquita decorada en azul y oro, con una cubierta también dorada que parece abovedada aunque es lisa. Los antiguos dormitorios y algunos espacios libres están invadidos por talleres de lo más diverso, desde escritura a instrumentos musicales y las inevitables tiendas de recuerdos y artesanías, entre las que destacan sus alfombras y cerámicas, vestidos y pañuelos de seda, antiguos bordados y bellos grabados, algunos pintados con café, que muestran las caravanas de la Ruta de la Seda con Marco Polo al frente.
Hay que un alto y disfrutar de la gastronomía de Uzbekistán, que, como centro que fue de la Ruta de la Seda, tiene influencias de muchos países. El plato tradicional del país es el Plov del que hay hasta 60 variantes y, como casi todo aquí, parece que fue un invento del gran Tamerlán. Se cocina con carne de cordero mezclada con arroz y acompañada de cebolla, zanahoria, pasas y especias como el comino y el cilantro. También son frecuentes en cualquier comida los Shashlik, pinchos de carne de cordero, ternera, pollo o hígado de ave, a menudo servidos con cebolla cruda y las Samsá, unas empanadillas cocidas en horno de barro con diferentes rellenos de carne picada con cebolla, calabaza, patatas o verduras.
Uno de los lugares más emocionantes, sagrados y bellos de Samarcanda es Shah-i-Zinda, una impresionante avenida de mausoleos, que contiene algunos de los mosaicos más ricos y vistosos del mundo musulmán. El nombre, que significa «Tumba del Rey Viviente», se refiere a su santuario original, más interno y más sagrado: un complejo de habitaciones frescas y tranquilas alrededor de lo que probablemente sea la tumba de Qusam ibn-Abbas, un primo del profeta Mahoma, quien se dice que llevó el Islam a esta área en el siglo VII. Es un lugar de peregrinación, por lo que hay que vestir correctamente y ser respetuoso. Al final del camino entre los mausoleos, el complejo se abre hacia el cementerio principal de Samarcanda, que es un lugar fascinante para caminar en silencio.
Shah-i-Zinda fue establecido como un solo monumento religioso hace más de mil años. Varios templos, mausoleos y edificios se agregaron sucesivamente a lo largo de los siglos siguientes, desde el siglo XI al XIX. El resultado es una fascinante referencia cruzada de varios estilos arquitectónicos, métodos y artesanía decorativa que han cambiado a lo largo de un milenio de trabajo.
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